En ocasiones podemos llegar a preguntarnos si autoestima es sinónimo de ser resiliente, incluso algunos estudios hacen referencia a que una persona con autoestima alta tiene más probabilidades de ser resiliente; aunque son dos conceptos cercanos es importante poder diferenciar cada uno de estos y entender de qué manera se relacionan entre sí.
La resiliencia es considerada como la capacidad que tiene una persona para adaptarse de manera favorable a los cambios que se le presentan en la vida, incluso situaciones adversas. Para afirmar que alguien es resiliente, comenzaremos por reconocer que después de un suceso desestabilizador, traumático o experimentar condiciones de vida difíciles, puede regresar a un funcionamiento óptimo en las diferentes áreas de su vida, gracias a que la experiencia vivida la llevó a adquirir recursos que le permiten seguir proyectándose en el futuro.
La resiliencia no significa endurecimiento emocional, todo lo contrario, es fluir aceptando las emociones relacionadas con las situaciones que se viven, apoyados en alguien que ofrece un acompañamiento afectivo y la confianza personal de que se puede trascender cualquier evento. Es aquí dónde podemos hacer una relación cercana con lo que llamamos autoestima, si consideramos que ésta se define como el conjunto de percepciones, pensamientos, sentimientos y comportamientos que surgen del interior de una persona que ha logrado cierta madurez y que confía en sí misma.
Según Branden, la autoestima tiene dos componentes importantes, uno es la sensación de confianza frente a los desafíos de la vida, conocido como la eficiencia personal; el otro es la sensación de considerarse merecedor de la felicidad, es decir, el respeto a uno mismo.
Cuando hablamos de pautas de crianza que favorecen el desarrollo de un niño, queremos impactar esta autoestima que comparte aspectos con la capacidad de ser resiliente para que este pueda tener más posibilidades de enfrentar los retos que se le presenten y lograr un proyecto de vida.
Los adultos que estamos a cargo de los niños podemos crear las condiciones que favorezcan su desarrollo armónico. Considerando que uno de los pilares para que esto ocurra será que el niño logre un vínculo profundo y seguro con nosotros, que le permita compartir experiencias y expresar las emociones que surjan frente a éstas, sabiendo que será aceptado incondicionalmente.
¿Qué necesitamos hacer?
- Hacerlo sentir aceptado y amado sin importar lo que haga, piense o sienta.
- Acompañarlo afectivamente en todas sus experiencias de vida, positivas o negativas, sin tratar de modificar lo que siente.
- Reconocer y satisfacer sus necesidades oportunamente y con calidez.
- Establecer límites claros y adecuados a su edad para que se sienta seguro.
- Educar desde el respeto: sin humillaciones, etiquetas o comparaciones.
- Evitar elogiar o criticar lo que hace, describiendo los hechos y dando espacio para que su motivación lo guie y no los juicios.
- Creando experiencias en las que pueda aventurarse a vencer nuevos retos.
Somos los adultos, quienes estando presentes y cercanos afectivamente a los niños marcaremos una diferencia en su vida presente y futura.