Como educadores es común que cuando nos encontremos en medio de un conflicto entre niños; generalmente utilicemos frases como: “no se peleen”, “¿quién empezó?”, “¿otra vez con problemas?”. El conflicto es parte de la vida cotidiana de cualquier persona, creer que en las relaciones humanas no habrá diferencias es algo utópico. En numerosas ocasiones, el problema más importante no proviene del conflicto en sí, sino de la carencia de recursos para gestionar la resolución de este.

Si somos padres o estamos a cargo de niños en primera infancia, tendríamos que ver los conflictos como algo natural y entender que a través de estos los niños pueden descubrir lo que sienten, seguir límites, aceptar consignas de colaboración y pertenencia, aprender a esperar y valores como el respeto, con la finalidad de desarrollar poco a poco habilidades sociales para interactuar con sus pares.

En la vida de los niños, los conflictos pueden ocurrir por diversas circunstancias; pero se hacen presentes cuando alguno de los involucrados ha sentido que hay algo que le molesta o incomoda. Dependiendo de la edad y las características de cada niño; los conflictos pueden ser breves, frecuentes, duraderos o menos habituales. En los primeros años se manifiestan más de manera física, ya que la forma de comunicación en esta etapa es básicamente corporal; conforme los niños van conquistando un mayor dominio del lenguaje, los conflictos tendrán ya un matiz verbal.

Algunas situaciones generadoras de conflicto en los niños son: que quiera una rebana más grande de pastel, el hermano no le quiso prestar un juguete, quiere un objeto que le pertenece a alguien más, desea estar más tiempo cerca de mamá o papá, sentir que el cuidador le presta más atención a otro niño. Necesitamos incluir también aquellos conflictos que se generan por competir y que generalmente tienen su origen en comparaciones que hacen de manera no intencionada sus cuidadores; éstas pueden presentarse en juegos o deportes que impliquen ganar o perder, incluso cuando afirmamos que uno se porta mejor que otro.

Durante los primeros años, los niños aún no han adquirido el vocabulario y nivel de pensamiento necesarios para gestionar todas las situaciones que se les presentan. Por esta razón los adultos seremos mediadores para encontrar junto con ellos alternativas de resolución; siempre desde el respeto, amor y cuidado, mientras aprenden a hacerlo de manera autónoma.

¿Qué hacer cómo mediadores ante un conflicto?

  • Escucha y valida las distintas versiones de cada niño, sin tomar partido por alguno de ellos.
  • Si el conflicto fue intenso, pueden tomar una pausa y retomarlo cuando los niños y tú estén más calmados.
  • Identifica el conflicto, verbaliza la situación sin juicios y en caso de ser necesario menciona la conducta equivocada de manera sencilla.

“José, sé que estás enojado porque Luis tomó tu pelota y la ponchó”. “Luis, la próxima vez que quieras algo de tu hermano necesitas pedírselo”.

  • Brinda apoyo para que los niños reconozcan lo que sienten o piensan y puedan comunicarlo entre ellos sin lastimarse.

“José, entiendo cómo te sientes, puedes decirle a Luis lo molesto que estás sin pegarle”.

  • Propón junto con ellos alternativas de solución en las que se busque una respuesta justa, en la que esté presente el respeto a su persona y a las pertenencias de cada uno; aunque esto implique para alguno de ellos frustración. En ese caso acompaña al niño a vivir esta emoción.

“Es necesario arreglar la pelota. Luis vamos a ir juntos para que la inflen”.

  •  En cuanto se resuelva el conflicto sigan con la interacción de manera cotidiana, para que los niños comprendan que puede haber diferencias sin que se dañen las relaciones.

Cuando cada uno de los niños mantiene un vínculo seguro y de confianza con sus cuidadores primarios, las situaciones conflictivas tienden a disminuir, así como también las manifestaciones de agresión; porque el adulto se convierte en la persona más importante para el niño y es más receptivo a la orientación que le brinda.

“Los conflictos no se pueden ni evitar ni prever, pero sí que se puede fomentar las condiciones necesarias para que sea más improbable que se den y en el caso de que surjan, que se obtengan enseñanzas”
(Vaello, 2011)


Referencias:
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Carbonell, Olga Alicia. (2013). La sensibilidad del cuidador y su importancia para promover un cuidado de calidad en la PRIMERA infancia ¹. Ciencias Psicológicas, 7(2), 201-207. Recuperado en 26 de abril de 2022, de http://www.scielo.edu.uy/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1688-42212013000200008&lng=es&tlng=es.
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