Sostener a un bebé recién nacido es una experiencia que nos coloca de lleno frente a la gran complejidad humana; ante nosotros se encuentra un ser frágil, poco conocido y sin embargo ya es capaz de comunicarse en un lenguaje comprensible. “Antes de que podamos explicar con palabras y de modo consciente qué sentimos, desde la cuna ya damos a conocer las emociones que nos embargan.” (Bisquerra, 2012, p. 5).

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Desde el nacimiento el niño cuenta con una configuración biológica que le impulsa a aferrarse a la vida. Esa energía vital tan importante para nuestra supervivencia biológica y social es llamada emoción; “[…] la emoción es una reacción inconsciente, que prepara a nuestro cuerpo para atacar o correr y huir ante el peligro o abalanzarse ante una fuente de comida y todo sin apenas ser consciente de ello.” (Ibíd., p. 15). A través de lasemociones somos capaces de alejarnos del riesgo y procurar la cercanía de los estímulos placenteros.

Las emociones cumplen diversas funciones, cada una de ellas igualmente importantes e incluso vitales. Nos permiten interactuar con el mundo interior y exterior; por ejemplo, un recién nacido se expresa por medio de risas, balbuceos, llanto; comunicando así lo que hay en su interior y por medio de las atenciones que le brindan los adultos cercanos comprende que hay un mundo exterior que lo sostiene emocionalmente y satisface sus necesidades con amor.

“En la relación afectiva con las personas que lo rodean, el niño o niña adquiere seguridad, aprende a expresar sus sentimientos, a conocerse, a confiar en sí mismo y a desarrollar su autoestima.” (Unicef, 2004, p. 20)

 

Las experiencias afectivas durante la primera infancia cobran especial importancia en el desarrollo del niño ya que influyen de manera importante en la formación de las estructuras emocionales que lo van a sostener a lo largo de toda la vida. La configuración emocional de cada persona es única y permite almacenar eficientemente la información adquirida en cada momento vivido, responder adecuadamente ante señales de alerta y adaptarse a nuevas situaciones puesto que agrega flexibilidad a la conducta.

“Así, las experiencias emocionales del niño con su familia permiten que él construya la capacidad de pensar el mundo que lo rodea y pensarse a sí mismo, es decir, construir su propio aparato psíquico, que se va a ir desarrollando hasta que logre ser alguien diferenciado como individuo e integrado a la sociedad.” (Armus, Duhalde, Oliver y Woscobonik, 2012, p. 14).

Referencias Bibliográficas

  • Armus, M., Duhalde, C., Oliver, M. y Woscoboinik, N. (2012). Desarrollo emocional. Clave para la primera infancia. Argentina: Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y Fundación Kaleidos.
  • Bisquerra, R. (Coord.). (2012). ¿Cómo educar las emociones? La inteligencia emocional en la infancia y la adolescencia. Barcelona: Hospital Sant Joan de Déu.
  • Oates, J. y Woodhead, M (2007). Relaciones de apego. La calidad del cuidado en los primeros años. Países Bajos: The Open University.
  • Unicef (2004). Desarrollo Psicosocial de los niños y las niñas. Colombia: Autor.