La especie humana existe desde hace miles de años y aunque han pasado muchas vidas a lo largo del tiempo y del espacio, no hay ninguna persona igual a otra en el mundo. Cuando un bebé es concebido los factores biológicos que lo configuran se combinan de manera particular para que esa nueva vida sea única, con su propia forma de ser, pensar, sentir y actuar.
Aunque existen diferentes factores que contribuyen a la construcción de un ser humano pleno; como la cultura, la educación, el cuidado y el amor que recibe, podemos decir que el factor biológico es un punto de partida para percibir y procesarde manera particular todos los estímulos del exterior.
Ese grupo de características personales que definen inicialmente la manera en que los niños se relacionan con su entorno, el nivel de sensibilidad así como sus reacciones ante los estímulos y la regulación interna de su funcionamiento mental, emocional y conductual es el temperamento.
Allport (1937) define el temperamento como “[…] fenómenos de origen hereditario que caracterizan a una persona, entre los que se incluyen la susceptibilidad a la estimulación emocional, la fuerza y velocidad de respuesta, la cualidad del humor y las cualidades que involucran la fluctuación y la intensidad del afecto.” (Albores, Estañol y Márquez, 2003).
Es fácil identificar que desde los primeros días de vida cada bebé tiene su propio estilo, por ejemplo, hay quienes duermen y comen en horarios bien definidos, mientras que otros son impredecibles; algunos son más sensibles que el resto ante los estímulos como los sonidos, la luz, los sabores, las texturas y los movimientos. Cuando hay que enfrentarse a nuevas situaciones algunos bebés reaccionan con tranquilidad y otros se sienten incómodos o temerosos con los cambios.
“Las diferencias individuales entre temperamentos, que se cree que se derivan de la estructura biológica básica de una persona, constituyen el núcleo de la personalidad en desarrollo.” (Duskin, Papalia y Wendkos, 2009, p. 182).
Ser consciente de que los niños poseen una predisposición natural que orienta su modo de interactuar con el mundo, es una oportunidad para que los adultos estemos abiertos a las posibilidades de descubrir esa nueva vida que nace y se construyen ante su presencia. Quien reconoce el temperamento del niño es capaz de comprenderlo mejor, respetar sus ritmos y acompañarlo de manera personalizada, ofreciendo seguridad, atención, cuidado y amor oportunamente.
Referencias Bibliográficas
- Caycho Rodríguez, T; (2013). Temperamento: lo más importante no es la estabilidad sino el cambio. Revista Argentina de Ciencias del Comportamiento, 5().
- Duskin, R., Papalia, D. y Wendkos, S. (2009). Desarrollo humano. México: McGraw-Hill.
- Márquez, M E; Estañol, B; Albores, L; (2003). ¿Qué es el temperamento? El retorno de un concepto ancestral. Salud Mental, 26() 16-26.