Sin que sepamos bien el porqué, el covid-19 en los niños genera, en la gran mayoría de los casos, un proceso leve. Y, en ese sentido, los pediatras respiramos aliviados. En la infancia, además de las típicas manifestaciones respiratorias, el covid-19 puede presentarse con síntomas inespecíficos como diarrea, fiebre, lesiones cutáneas parecidas a sabañones, etcétera. Pero cursando también de forma leve, y solo excepcionalmente se han descrito algunas complicaciones graves.

En ausencia de vacuna y de tratamientos eficaces, la prevención mediante el uso de mascarilla, la higiene de manos y el distanciamiento social, incluido el confinamiento, se han mostrado como nuestras mejores armas contra la pandemia del coronavirus.

Aunque el confinamiento puede aportar algunas situaciones beneficiosas, como un mayor tiempo de convivencia, complicidad, risas, ternura y juegos, entre los miembros de la familia, sus posibles efectos nocivos también son causa de preocupación. Así, durante el confinamiento han aumentado las intoxicaciones y los accidentes en el hogar. Todo el día encerrado da tiempo para hurgar por los rincones, y los niños son especialistas en encontrar peligros. Por lo que debemos recordar que, donde hay niños, los productos de limpieza, las medicinas y los tóxicos deben estar altos y fuera de su alcance.

Otra incidencia, bien documentada, debido a un cierto recelo a acudir al médico por miedo al contagio, es la demora en solicitar atención en procesos que son urgentes, con el consiguiente aumento de complicaciones, como ha ocurrido con las apendicitis agudas. En lo referente al control de enfermedades crónicas como la diabetes o la obesidad, parece que el confinamiento no ha producido problemas importantes.

Debemos citar la preocupación de la sociedad y de los profesionales sanitarios por la posible repercusión en la salud psíquica de los niños, tanto por el propio confinamiento, como por el miedo a un enemigo invisible y muy peligroso.

El aislamiento en los pequeños conlleva pérdida de las rutinas importantes: no pueden acudir a la escuela, ni a jugar con sus amigos, ni visitar a los abuelos o a otros familiares… Y esto puede suponer un cierto impacto emocional y psicológico. Aunque algunos residen en casa con huerta o jardín, otros viven en pisos pequeños. Y los menores tienen otra energía y necesitan metros. Por eso, en mi opinión, no ha sido buena idea no haberles permitido dar un paseo diario.

Algunos datos señalan que aumentaron los síntomas de ansiedad, depresión, trastornos de conducta como irritabilidad, apatía o los trastornos del sueño. Generalmente de carácter leve, pero incluso se cita la posibilidad de que en el futuro alguno pudiera presentar algún problema más serio, como un síndrome de estrés postraumático. Sobretodo en niños más vulnerables, debido a psicopatologías previas, a pobreza, violencia familiar, etcétera.

Pero, debemos ser cautos y no caer en alarmismos. Y, aunque estamos ante una situación nueva y desconocida, probablemente no sea de esperar un problema importante de salud mental infantojuvenil.

Los niños tienen una elevada capacidad de resiliencia, de adaptación al entorno y a nuevas situaciones. Pero es muy importante brindarles nuestro apoyo y nuestra comprensión, transmitiéndole cariño incondicional.

Los pediatras somos conocedores de esta realidad y estaremos atentos para poder identificar cualquier situación que pueda precisar apoyo psicosocial u otras intervenciones. Como siempre.


Fuente: lavozdegalicia.es