Hubo una época no muy lejana en la que los médicos pensaban que los bebés -especialmente los prematuros- no sentían dolor y, si lo sentían, no lo recordaban.
Esto, que puede sonar a medicina medieval, ha estado ocurriendo hasta hace relativamente poco: ya en los años 80, los bebés que se sometían a una intervención quirúrgica les era administrado un relajante muscular para paralizarlos mientras estaban en el quirófano. Y eso era todo, no se les daba ninguna medicación para el dolor, dice Fiona Moultrie, pediatra e investigadora de la Universidad de Oxford (Reino Unido) que se centra en el dolor neonatal. “En aquella época, se suponía que la mayoría de los comportamientos que mostraban los bebés eran sólo reflejos”.
A lo largo de las siguientes décadas, los estudios documentaron cambios en el comportamiento de los bebés, en las hormonas del estrés y en la actividad cerebral, demostrando que incluso los bebés más pequeños sufrían realmente dolor. Las investigaciones también revelaron que el dolor continuado podía hacer fracasar el desarrollo neurológico, social y motor del niño a corto y largo plazo, especialmente en los bebés frágiles y prematuros nacidos antes de las 37 semanas, dice Björn Westrup, neonatólogo e investigador del Instituto Karolinska, cerca de Estocolmo (Suecia).
Ahora, gracias a los rápidos avances en medicina, se ha mejorado muchísimo en materia de supervivencia en bebés prematuros, muy frágiles y diminutos. Pero los prematuros pueden pasar semanas o meses en el hospital sometiéndose a los constantes y a menudo dolorosos procedimientos necesarios para salvarles la vida. Las estrategias para que estos procedimientos sean menos traumáticos son vitales, ya que los nacimientos prematuros están aumentando en todo el mundo. Solo en Estados Unidos nacen cada año unos 380.000 bebés prematuros, es decir, uno de cada 10 nacimientos. En todo el mundo, son unos 15 millones. En España, la Asociación Española de Pediatría estima que el 7% de los nacimientos anuales se producen antes de las 37 semanas de gestación (1 de cada 13): entre 33.000 y 35.000 bebés. En cuanto a partos prematuros extremos (antes de la semana 28), la cifra en España baja hasta situarse entre los 1.000 y 1.100 nacimientos.
La profesión médica intenta controlar o prevenir el sufrimiento de los bebés con fármacos como el ibuprofeno (para el dolor leve o moderado) y el fentanilo (utilizado para aliviar el dolor extremo). Sin embargo, para la mayoría de los fármacos analgésicos aún se desconoce la dosis adecuada, la eficacia o los efectos en el cerebro, por lo que cada vez más los hospitales incorporan intervenciones no farmacéuticas que se centran en técnicas conocidas como cuidados de desarrollo, que mantienen a los bebés y sus familias juntos en lugar de aislarlos en incubadoras.
Esto es fundamental, dice Manuela Filippa, investigadora de la Universidad de Ginebra (Suiza) que estudia la prematuridad, debido a que la separación de los bebés enfermos de sus padres agrava el dolor con un estrés tóxico que crea graves problemas de desarrollo. En una unidad de cuidados intensivos neonatales, las luces son brillantes y los monitores parpadean. Hay mucho ruido, con máquinas que pitan, alarmas que suenan, gente que habla y ventiladores que golpean y silban.
“La maduración del cerebro se basa en la experiencia sensorial”, explica Filippa, “y la unidad [tradicional] de cuidados intensivos neonatales es muy estresante”.
¿Cómo expresan el dolor los bebés?
Los bebés que nacen muy pronto son trasladados de la sala de partos a la UCIN. Los más pequeños, los de menos de 36 semanas, tienen los pulmones poco desarrollados y pueden requerir estar intubados y conectados a un respirador. Son demasiado débiles para mamar y deben ser alimentados a través de tubos en la nariz o la boca. Las enfermeras tienen que pinchar sus diminutos talones para hacerles análisis de sangre hasta 10 veces al día, y están envueltos en líneas intravenosas, tubos y cables.
A principios de la década de 1980, la investigadora canadiense en medicina neonatal Celeste Johnston, profesora emérita de la Universidad McGill de Montreal, fue contactada por enfermeras que trabajaban en la UCIN y que querían una forma de medir el dolor en los bebés. En 1986, fue una de las primeras en publicar pruebas de que las frecuencias cardíacas y los niveles de oxígeno de los bebés cambiaban cuando eran sometidos a procedimientos dolorosos. Sus gritos y expresiones faciales revelaban lo que ella denomina una “señalización honesta”: comportamientos con los que los bebés nacen y que comunican angustia.
“Hay una mueca particular que fue descrita por Darwin en el siglo XIX y que se reconoce universalmente como dolor”, dice. Esto es irónico, señala Moultrie, “ya que el célebre trabajo de Darwin sobre la teoría evolutiva y la expresión de las emociones en el hombre promovió el concepto de los bebés como seres primitivos con sentidos poco desarrollados y comportamientos meramente reflexivos.”
Más tarde, Johnston se quedó horrorizada al enterarse de que en los cuidados intensivos, los bebés experimentaban un promedio de 14 procedimientos dolorosos cada día.
Pero entender cómo experimentan el dolor estos pequeños seres incapaces aún de comunicarse con palabras es extremadamente difícil. “Uno de los mayores retos en el cuidado de los bebés prematuros y enfermos es que no pueden decírnoslo”, dice Erin Keels, enfermera practicante y directora de proveedores neonatales avanzados en el Nationwide Children’s Hospital de Columbus, Ohio (Estados Unidos). “Sólo podemos inferir por sus comportamientos y sus signos vitales”.
En las últimas tres décadas se han recopilado cuarenta puntuaciones de dolor diferentes, usadas para evaluar los niveles de dolencia. Cada una de ellas incluye diversas combinaciones de frecuencia cardíaca, saturación de oxígeno, expresiones faciales o movimientos corporales. Pero como la fisiología puede cambiar por muchas razones, y un bebé puede estar demasiado enfermo o demasiado medicado para hacer una mueca, estos no siempre resultan ser marcadores objetivos. Hay una búsqueda continua para entender mejor cómo los bebés perciben y experimentan los estímulos dolorosos.
“Aunque se han hecho grandes progresos, todavía no entendemos del todo el dolor en los neonatos”, dice Moultrie, de la Universidad de Oxford (Reino Unido). Moultrie (acompañada de otros especialistas) ha tratado de medir el dolor observando ráfagas de actividad eléctrica en el cerebro mediante pruebas de electroencefalograma (EEG). Tras identificar un patrón de actividad cerebral relacionado con el dolor en los bebés, ahora se utiliza en ensayos clínicos para comprobar la eficacia de los medicamentos. Podría revolucionar el tratamiento del dolor.
En un estudio posterior, otros investigadores de la Universidad de Oxford recurrieron al uso de resonancias magnéticas para determinar la actividad cerebral. Descubrieron que 20 de las 22 regiones cerebrales que se activan en el cerebro de un adulto en respuesta al dolor también se activan en el cerebro de un bebé recién nacido. Un área que no se registró fue la amígdala, asociada al miedo y la ansiedad, probablemente porque los bebés de un día de edad aún no hacen estas asociaciones, dice Moultrie.
Pero todavía hay muchos fenómenos sobre lo que ocurre exactamente en el cerebro infantil que los investigadores desconocen. “Cuando eres pequeño y estás poco desarrollado, la diferenciación entre el dolor y el estrés no está clara”, dice Johnston.
Al mismo tiempo, los investigadores están descubriendo las posibles consecuencias fisiológicas a largo plazo del dolor en los bebés prematuros, señala Filippa. La cantidad de estrés relacionado con el dolor predice el grosor de la corteza cerebral, por ejemplo. Un estudio descubrió que, en la edad escolar, los niños muy prematuros -de 24 a 32 semanas de edad gestacional- tenían un córtex más fino en 21 de las 66 regiones cerebrales, sobre todo en los lóbulos frontal y parietal. Esto se ha relacionado con deficiencias motoras y cognitivas.
Los bebés prematuros también corren un riesgo importante de presentar un coeficiente intelectual más bajo, déficit de atención, problemas de memoria y dificultades de interacción social y control emocional. Heidelise Als, pionera en la comprensión de los riesgos físicos y de comportamiento tanto de los bebés prematuros como de los enfermos, atribuye esto, al menos en parte, a las experiencias sensoriales enormemente alteradas que pueden influir en el sistema nervioso inmaduro de los bebés prematuros.
Fuente: nationalgeographic.es